DE LA NAVEGACIÓN A VELA A LA NAVEGACIÓN INDUSTRIAL A VAPOR
Alcanzando aguas más abiertas, la reconfortante brisa refrescó; el pequeño Musgo rechazaba la viva espuma de la proa, como un joven potro lanza sus resoplidos. ¡Cómo aspiraba yo aquel aire exótico! ¡Cómo despreciaba la tierra con sus barreras, esa carretera común toda ella mellada con las marcas de botas y pezuñas serviles! Y me volvía a admirar la magnanimidad del mar, que no permite dejar nada inscrito.
En la misma fuente de espuma, Queequeg parecía beber y mecerse conmigo. Sus sombrías narices se ensanchaban; mostraba sus dientes afilados y puntiagudos. Adelante, adelante volábamos; y alcanzando altamar, el Musgo [nombre de una embarcación] rindió homenaje a las ráfagas, y se agachó y sumergió la frente, como un esclavo ante el Sultán. Inclinándose a un lado, nos disparamos a un lado; con todas las jarcias vibrando como alambres; los dos palos mayores doblándose como cañas de bambú en un ciclón. Tan llenos estábamos de esta escena estremecida, de pie junto al bauprés que se sumergía, que durante algún tiempo no notamos las miradas burlonas de los pasajeros.
Herman Melville, Moby Dick, 1851
Izó la mayor y después el foque. El sonido de las olas en el casco y del viento en las velas, la vibración de las jarcias y el ligero quejido de la crujía junto con el bullicio de la estela que dejaba en la pala del timón, todo parecía haber sido creado para la dicha.
[...] Sabía que en el mar no existe el tiempo, sino los sentidos.
Manuel Vicent, Son de Mar, 1990
Para regatas un cúter; para un largo viaje de placer, una goleta; para cruceros en aguas vecinas, la yola; y el gobierno de todos ellos es, en efecto, un arte. Exige no sólo el conocimiento de los principios fundamentales de la navegación, sino también una íntima familiaridad con el carácter concreto de la embarcación.
[...] Pues de maquinaria se trata: una maquinaria que realiza su trabajo en completo silencio y con una gracia sin movimiento, que parece esconder un poder caprichoso y no siempre gobernable sin tomar ni quitarles nada a los recursos materiales de la tierra. No es lo suyo la infalible precisión del acero impulsado por el blanco vapor y al que el rojo fuego da vida y alimenta el negro carbón. Aquella parece extraer su fuerza del alma misma del mundo, su formidable aliada, sujeta a obediencia por los más frágiles vínculos como un feroz fantasma atrapado en una red de algo aún más rico que la seda hilada. Porque ¿qué es el despliegue de los más fuertes cabos, los más altos palos y el velamen más resistente contra el poderoso aliento del infinito, sino espigas de cardos, telarañas e hilo?
[...] Otros vapores salieron en su busca, y finalmente lo remolcaron desde el frío borde del mundo hasta un puerto con diques y talleres, donde, tras mucho martillazo, su palpitante corazón de acero se puso de nuevo en marcha para volver a aventurarse, al poco, con el renovado orgullo de su fuerza, alimentado de fuego y agua, respirando y lanzando al aire su negro humo, palpitando, latiendo, abriéndose paso arrogantemente por entre el gran oleaje en su ciego desdén por el viento y el mar.
Joseph Konrad, El espejo del mar, 1906
¡Y pensar que todo había acabado! ¡Recordad aquellas travesías que conectaban las islas a Francia, los martes de salida y los viernes de regreso, el muelle lleno de gente, todos aquellos cargamentos, aquella industria, aquella prosperidad, la navegación directa y orgullosa, la máquina dirigida por la voluntad del hombre, la caldera todopoderosa, el humo, aquella realidad! […] ¡Ah, que hermosa era la chimenea soberbia atravesando las olas, aquella columna con capitel de humo, más grandiosa que la columna Vendôme, pues en la cima de ésta tan sólo hay un hombre mientras que sobre la otra avanzaba el progreso! Y avanzaba sobre el océano. Era la certidumbre surcando el mar.
[...] A estos buenos pescadores, antaño católicos, ahora calvinistas, siempre beatones, todo esto les parecía el infierno puesto a flote. […] Los sabios habían desechado el barco de vapor como imposible; los curas, a su vez, lo rechazaban como impío. Algunas capillas echaron sapos y culebras. Un reverendo llamado Eliu calificó el barco de vapor de libertinaje. El barco de vela, en cambio, se declaró dentro de la ortodoxia.
[...] El mar, aliado al viento, es una composición de fuerzas. Un barco es una composición de máquinas. Las fuerzas son máquinas infinitas, las maquinas son fuerzas limitadas. Entre ambos organismos, el uno inagotable y el otro inteligente, se establece un combate que llamamos navegación. […] Mientras se intenta descubrir la ley de lo infinito, la lucha continúa y, en ésta, la navegación de vapor supone una especie de victoria perpetua del genio humano en todos los puntos del mar. Lo admirable de la navegación de vapor es que ha logrado amaestrar al barco. Ha reducido su obediencia al viento y ha incrementado su obediencia al hombre.
Víctor Hugo, Los trabajadores del mar, 1866
Ya se escuchaban mutuamente el fragor del viento en las velas y en el cordaje, y el rumor del agua al ser rasgada por las proas, cuando la amura de la goleta avanzó soberbia, imponente; la del cúter, delicada, veloz. En ambas aparecieron destacados en letras negras los nombres: ‘Agamaca’, ‘Gaviota’.
[...] El mar estaba en completa calma, pero siempre existía un movimiento latente de grandes olas extendidas que se levantaban lentamente como un pecho gigantesco que se hinchara con una leve respiración interior. Era la respiración de ese mar inmenso dormido bajo los astros y descansando tal vez por una sola noche de su tempestuosa y agitada vida. Sobre el dilatado pecho, el ‘Agamaca’ era una brizna mecida por esa lenta respiración.
Francisco Coloane, Los conquistadores de la Antártida, 1945
Atlas del Patrimonio Cultural en los Puertos de Interés Pesquero de Andalucía
Consejería de Fomento y Vivienda. Agencia Pública de Puertos de Andalucía
Proyectos de I+D+i 2013-2015.
Dinamización de los enclaves pesqueros del Sistema Portuario Andaluz.