
El árbol como creador de un discurso. Una revisión pictórica e instalativa en las artes
A árvore como criadora de um
discurso. Uma revisão pictórica e de instalação nas artes | The tree as a creator
of a discourse. A pictorial and installation review in the arts
ENRIQUE MENA GARCÍA · emena2@ucam.edu
UNIVERSIDAD CATÓLICA SAN ANTONIO DE MURCIA · ESPAÑA
https://orcid.org/0000-0003-0213-6705
Recibido · Recebido · Received: 16/07/2024 | Aceptado · Aceito · Accepted: 23/01/2025
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Cómo citar este artículo · Como citar este artigo · How to cite this article: Mena-García, E. (2025). El árbol como creador de un discurso. Una revisión pictórica e instalativa en las artes. Communiars. Revista de Imagen, Artes y Educación Crítica y Social. Online First
Resumen:
El árbol tiene un vínculo con cualquier cultura de la tierra desde un aspecto místico o religioso, hasta el hecho de abastecer a la sociedad gracias a sus múltiples propiedades naturales de oxígeno para la vida, de frutos, madera, combustión, incluso resina de donde se obtiene una variedad de productos. La investigación aborda un sentido artístico y curativo del árbol como icono de la naturaleza desde diversos enfoques. Demostrados beneficios hacen que el árbol sea elemento inseparable en las artes desde la antigüedad. Analizamos una serie de ejemplos que usan el árbol como elemento fundamental en sus composiciones en una relación existente entre el árbol, las artes visuales y el público, acompañados de signos estéticos y cauces energéticos que la naturaleza posee por sí misma, cuya creación artística ya sea desde un prisma imaginativo o natural ejerce una conexión terapéutica innegable. Los árboles están unidos a las personas como poderosos y vulnerables aliados, aunque al contrario que las personas, estos no pueden escapar y se deben a su lugar, pero las artes han sabido acercarse, incluso transformarlos desde su propio universo visual a cualquier rincón del mundo. Tanto la pintura como la instalación artística ofrecen una disparidad de intereses que tratamos de categorizar en una compleja y sinuosa historia de abundantes representaciones a lo largo del tiempo con menor recorrido en la instalación que comienza pasada la mitad de siglo XX, existiendo en ambas un compromiso hacia este símbolo natural y por supuesto visual.
Palabras clave:
Arte. Naturaleza. Pintura. Instalación. Activismo. Land Art.
Resumo:
A árvore tem ligação com qualquer cultura da terra desde o aspecto místico ou religioso, até o fato de abastecer a sociedade graças às suas múltiplas propriedades naturais de oxigênio para a vida, frutas, madeira, combustão e até resina da qual é obtida. uma variedade de produtos. A pesquisa aborda um sentido artístico e curativo da árvore como ícone da natureza a partir de diversas abordagens. Os benefícios comprovados fazem da árvore um elemento inseparável nas artes desde a antiguidade. Analisamos uma série de exemplos que utilizam a árvore como elemento fundamental nas suas composições numa relação existente entre a árvore, as artes visuais e o público, acompanhada de signos estéticos e canais de energia que a natureza possui por si, cuja criação artística é de um prisma imaginativo ou natural, exerce uma conexão terapêutica inegável. As árvores estão ligadas às pessoas como aliadas poderosas e vulneráveis, embora ao contrário das pessoas, não podem escapar e devem-se ao seu lugar, mas as artes têm conseguido aproximar-se, transformando-as mesmo do seu próprio universo visual para qualquer canto do mundo. Tanto a pintura como a instalação artística oferecem uma disparidade de interesses que tentamos categorizar numa história complexa e sinuosa de representações abundantes ao longo do tempo com um percurso mais curto na instalação que se inicia depois de meados do século XX, existindo tanto num compromisso com esta símbolo natural e, claro, visual.
Palavras-chave:
Arte. Natureza. Pintar. Instalação. Ativismo. Arte da Terra.
Abstract:
Lorem The
tree has a link with any culture on earth from a mystical or religious aspect
to the fact that it supplies society thanks to its multiple natural properties
of oxygen for life, fruit, wood, combustion, even resin from which a variety of
products are obtained. Research addresses an artistic and healing sense of the
tree as an icon of nature from various approaches. Proven benefits have made
the tree an inseparable element in the arts since ancient times. We analyze a series of examples that use the tree as a
fundamental element in their compositions in an existing relationship between
the tree, the visual arts and the public, accompanied by aesthetic signs and
energy channels that nature itself possesses, whose artistic creation, whether
from an imaginative or natural prism, exerts an undeniable therapeutic
connection. Trees are linked to people as powerful and vulnerable allies,
although unlike people, they cannot escape and are bound to their place, but
the arts have been able to approach them, even transform them from their own
visual universe to any corner of the world. Both painting and art installation
offer a disparity of interests that we try to categorize in a complex and
winding history of abundant representations over time with a shorter journey in
the installation that begins after the middle of the 20th century, existing in
both a commitment to this natural and of course visual symbol.
Keywords:
Art. Nature. Paint. Installation. Activism. Land Art.
…
1. Introducción
El árbol es uno de los elementos vivos más inspiradores en el mundo de las artes. Se pretende analizar su energía que emana desde diversos puntos de vista para converger en el terreno artístico, en concreto con la pintura y la instalación artística, cuya conexión con la naturaleza proyecta beneficios al bienestar humano como recoge De Juan (2014, p. 89), desde la reducción de problemas mentales, pasando por una regeneración espiritual, usado como simbología e iconografía, así como un catalizador crítico medioambiental.
A nivel emocional se ha demostrado la capacidad del árbol para producir sensaciones placenteras y armoniosas, unas relaciones físicas y psíquicas entre el hombre y la naturaleza que ya apuntaban en la década de 1960 investigadores como Peter Tompkins y Christopher Bird, que acabarían escribiendo La vida secreta de las plantas (1973), recogiendo numerosas investigaciones como el misterio del aurea en las plantas y en los hombres, que igual que los animales tienen “campos de sutil energía subatómica”, existiendo una correlación de estos campos en torno a los seres vivos (Tompkins y Bird, 1974, pp. 212-220). Será con la llegada de movimientos que explotan el paisaje de manera más libre como el impresionismo, calificado como pintura de la felicidad según Clark (1971), y el impulso de los movimientos de la década de 1960 asociados a la naturaleza, desde el Land Art y el Environmental Art, movidos por una investigación del paisaje y un compromiso ecológico, los que contribuyan a que el árbol sea aún más mítico.
El árbol ofrece todo un repertorio de simbología en ciertas culturas, y según la especie que escojamos tendrá distinto contexto y culto; como el árbol del Guernica, un roble que simboliza las libertades de los vascos, el baobab como árbol sagrado en Madagascar, el eucalipto en Australia, el fresno en la mitología nórdica, y el árbol del tule en la cultura prehispánica (Gerez, 2020). Existe un vínculo especial con la mitología y las leyendas que transcienden en cada cultura que acaban por representarse en el mundo artístico. En la Grecia antigua la diosa Atenea otorgó a la ciudad de Atenas el mejor regalo, un olivo, sinónimo de paz y sabiduría que hasta tiene su propio día por la UNESCO, el 26 de noviembre.
Un símbolo en muchas culturas que ofrece significados distintos como la mitología de la antigüedad clásica donde cada Dios se vincula a un árbol como da buena cuenta Ovidio (1995) en su Metamorfosis, como Apolo unido al laurel y la famosa ninfa Dafne perseguida por el Dios y convertida en árbol, o aquella leyenda del matrimonio de ancianos mortales, Filemón y Baucis, que por su cordialidad y agasajo mostrada a los dioses serán metamorfoseados en dos árboles, roble y tilo respectivamente, para así continuar juntos (De la Plaza et al., 2024, p. 128).
La investigación abarca numerosos ejemplos en las artes que utilizan el árbol como mediador, cuyo eje se encuentra en su poder en las artes sin perder un ápice de frescura. En este sentido es inabarcable en la historia del arte las manifestaciones artísticas con representaciones de árboles, pudiendo situarnos en un comienzo de los tiempos en el mundo mesopotámico con las estelas sumerias, babilónicas y asirias.
En el análisis conectaremos cómo las representaciones del árbol ofrecen planos distintos gracias a las artes. Desde el interés antropológico en torno al mismo, así como su poder curativo y sanador, como podría ser la arteterapia en vías de un mayor bienestar, incluso es empleado en psicología desde el test HTP (House, Tree, Person), surgido a mitad del siglo XX como en otros test proyectivos que usan el dibujo como conducta y decodificación del lenguaje expresivo para obtener datos de personalidad complementarios. En otro plano, comprobaremos con ejemplos su condición de transformador social desde la instalación artística.
Se explora un desarrollo del árbol unido a la necesidad del hombre de llegar a él e inmortalizarlo desde el terreno pictórico como medio más ancestral para finalizar con un medio artístico de acción y experimentación como es la instalación por la que aumenta la crítica medioambiental. Alejados de otras corrientes artísticas por la descomunal dimensión que abarcaría el análisis, sabedores que la escultura ofrece menor cantidad de ejemplos respecto a la pintura, así como la estética cuidada en la fotografía y el cine, en especial documentales, que abren nuestra mirada ante la crisis climática pero que se encuadran en un bloque tecnológico por el que no se ha querido entrar. Por consiguiente, la manipulación artesanal de la instalación artística con su aparición tardía hace de ella el cierre temporal adecuado de un ciclo milenario que comienza abarcando la pintura hasta esta nueva tipología de entender el arte.
2. Desarrollo teórico
2.1. Pintura
El árbol es usado en cualquier religión desde el judaísmo, cristianismo, budismo, cultura celta, hasta el antiguo Egipto. El árbol de la vida es distinto al árbol del conocimiento, conocido como árbol de la ciencia del bien y del mal, ubicado en el centro del mismo jardín (Génesis, 2, 9-10). Es el famoso manzano que ofrece la fruta prohibida y único árbol del que no debían comer Adán y Eva. Esta representación del pecado original con la presencia del árbol la hemos visto en pinturas desde época medieval como los frescos de la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo conservados en el Museo del Prado, pasando por la Capilla Scrovegni de Padua con Giotto, la Capilla Sixtina con Miguel Ángel, hasta en pintores como Lucas Cranach el Viejo, Cornelis van Haarlem, Tiziano, Rubens, Jan Brueghel el Viejo, Tintoretto, Frans Francken el Joven, etc.
Podríamos comenzar con las pinturas murales romanas como la famosa villa de Livia (Prima Porta en Roma) del siglo I a. C., un jardín al fresco en el triclinium de la casa, visitable en el Palazzo Massimo alle Terme de Roma (Ver Webgrafía), como sucedía en otras villas de Pompeya, por ejemplo, cuya naturaleza ficticia a modo de trampantojo se sitúan entre las primeras manifestaciones para entender cómo el hombre necesita la naturaleza en su hogar como signo inmersivo de belleza y/o relajación.
Durante toda la Edad Media cristiana el paisaje se concibe como una obra divina y su representación hace referencia a su Creador. En la pintura occidental, la representación realista del paisaje comenzó dentro de las obras religiosas del siglo XIII. Escribe Raffaele Milani que:
El nacimiento del paisaje, como conciencia del paisaje en una acepción reciente, moderna, se produce sustancialmente en Italia con la Subida al Monx Ventoux de Petrarca (1336) y con los Efectos del Buen Gobierno en el campo (mural del Palacio Público de Siena) de Lorenzetti (Milani, 2006, p. 56).
El paisaje adquirió autonomía iconográfica en el siglo XVI en pleno Renacimiento. El árbol estará presente en las numerosas representaciones de Adán y Eva como las del propio museo del Prado, desde la tabla lateral izquierda del Tríptico del Carro de heno (1512-1515) de El Bosco, pasando por las dos tablas de Durero cuyas hojas tapan sus impúdicas partes, y que ciertos artistas como Cranach El Viejo explotó, usando mismos modelos en la mayoría de las figuras representadas.
En el barroco destacamos a pintores que plasman asombrosos árboles como Jean-Antoine Watteau, Nicolas Poussin, Claude Lorrain, Jacob Van Ruisdael y Meindert Hobbema, momento donde el paisaje se hace paisaje de verdad, con permiso de algún precedente renacentista como Giorgione con La Tempestad (1508), cuyas figuras todavía roban protagonismo a los imperiosos árboles o las series de estaciones de Pieter Brueghel el Viejo. En el cuadro de uno de los grandes paisajistas holandeses, La avenida de Middelharnis (1689) de Hobbema en la National Gallery de Londres se aprecia la potente perspectiva caballera acentuada por el camino y los árboles curvados, protagonistas que contrastan con el azul del cielo y blanco de las nubes, una obra que produce calma y cierto remanso de paz.
Se escoge La Alegoría del árbol de la vida (1653), realizado por el discípulo de Zurbarán, Ignacio de Ries, un óleo ideado para la capilla de la Concepción de la Catedral de Segovia situado dentro de un género que surge en el siglo XVII conocido como la pintura de vanitas (subgénero del bodegón o naturaleza muerta) que alude a la fugacidad de la vida en una efímera existencia acompañada de la muerte, presente para recordar esta idea. Un árbol frondoso y simbólico donde se celebra en su copa un banquete que recuerda el paso fugaz del tiempo puesto que la muerte casi ha cortado el árbol con su guadaña (Cabrejas, 2020).

Figura 1. Adán y Eva. Fuente: Rubens (1620). Figura 2. El árbol de la vida. Fuente: Ignacio de Ries (1653)
A lo largo del siglo XVIII los pintores vénetos se especializaron en el sub-género de las “vedute”, perspectivas urbanas que los viajeros extranjeros del Grand Tour veían en sus viajes a Italia y que luego se llevaban como recuerdo a sus países de origen. Este siglo es una de las etapas más apasionantes del paisaje, como los vedutistas de pincelada enérgica, no tan meticulosa con el dibujo, de rasgos rápidos, como Francesco Guardi, Michelle Marieschi, Canaletto, Luca Carlevarijs y Gaspar Van Wittel (Lothe, 1970).
Los románticos expresan emoción y una especie de exaltación poética en sus obras, a veces paisajes místicos o inhóspitos como sucede en Camille Corot, William Turner, John Constable y Gaspar David Friedrich, en una supremacía de la naturaleza y Dios respecto a la insignificante existencia humana. Prueba de ello lo tenemos en este último pintor: El árbol solitario (1822) y Garganta rocosa (1822-23). Aunque, existen pintores especializados en naturaleza como el caso del ruso Iván Ivánovich Shishkin reconocido paisajista de bosques y campos, con espléndidos ejemplos en Bosque de abedules (1871) y En el inhóspito (o salvaje) Norte… (1891), donde el escritor ruso Chéjov, amante de la naturaleza como bien plasma en su obra, afirmaba en esa época que en los bosques se siente la presencia de la deidad.
Antes de la llegada de las vanguardias surge el impresionismo con su plein air, habitual en los paisajistas de la anterior Escuela de Barbizon y con permiso también de la Escuela estadounidense del río Hudson, que encontraron en la naturaleza una conexión y respeto como le sucederá a Alfred Sisley, Claude Monet y el postimpresionismo de Van Gogh. De este último, entre sus árboles representados como el pino y el olivo, destacan por encima del resto los cipreses y los girasoles como la serie de su etapa amarilla de plenitud cuando su amigo Gauguin se disponía a visitarlo en Arlés. Van Gogh afronta los cipreses de forma distinta, para él son una explosión de colores vivos, silvestres y enroscados en sus ramas, en su denso empaste casi tridimensional (Hyland y Wilson, 2023, p.13). Obras como Cipreses (1889), Campo de trigo con cipreses (1889), La noche estrellada (1889), etc.
No puede faltar con el comienzo del siglo XX en pleno Art Nouveau extendido en toda Europa El árbol de la vida (1909) de Gustav Klimt, pintor clave en el modernismo vienés, que busca una renovación artística alejada del mundo industrial cada vez más imperante. Esta obra conocida como friso Stoclet abarca metros de largo con figuras a cada lado del popular árbol curvilíneo que entrelaza tanto a la mujer de un lado como la pareja abrazada al otro. Las espirales de este árbol han transcendido a otros campos, y es uno de los árboles que más inspiran a millones de creadores hoy en día en el terreno del diseño, publicidad, interiorismo, etc.

Figura 3. El jardín de Saint-Paul. Fuente: Van Gogh (1889).
El desarrollo de otras técnicas regalará árboles majestuosos como el puntillista Paul Signac y su Pino en Saint-Tropez (1909). Con la llegada de los fauves podemos hablar de Maurice de Vlaminch o Raoul Dufy con sus violentos y puros colores. No podemos olvidar El árbol rojo (1908) del neoplasticista Piet Mondrian que juega con un contraste de fondo azul, preludio de los colores primarios que pronto llegarán en sus composiciones.
Exposiciones en torno al árbol se suceden constantemente por el mundo, como la exposición Trees, en la Fundación Cartier de París, entre 2019 y 2020, uniéndose para hacerla posible el Museo Power Station of Art de Shanghai, reuniendo 200 obras (Portela, 2019). Los estudios sobre árboles y plantas aumentan, y una prueba de ello es el jardinero Eduardo Barba, cuya labor como investigador de la botánica en el arte le ha llevado a su publicación El jardín del Prado (2018) que hace referencia a numerosas obras en las que aparecen plantas, destacando sus conferencias como la realizada en el Prado acerca del Patinir botánico, poniendo de relieve un análisis sobre todo de plantas, flores y en ocasiones árboles que pinta este artista flamenco presente en el Museo del Prado, caso de Descanso en la huida a Egipto (1518-19) y El paso de la laguna estigia (1520), donde se aprecia un gordolobo, un manzano, carrizos, lirios, azucenas, fresas, etc. Barba, pone atención a otros tantos artistas, como el análisis tras la restauración de la obra en 2019 que hace de las plantas bajas en La Anunciación (1421-31) de Fra Angélico, con sus 35 especies localizadas en el jardín del Paraíso (Ver Webgrafía).

Figura 4. Cartel del Festival Murcia Tres
Culturas. Fuente: Alfonso Albacete (2003).
Como último ejemplo, y desde un plano intercultural, existe un festival cuyo motivo es la cohesión e integración de las culturas del Mediterráneo unidas por tres árboles característicos: el olivo, el ciprés y la palmera, referidos al judaísmo, cristianismo y el mundo árabe respectivamente, uniendo las tres culturas como sucede en el cartel del Festival Internacional Murcia Tres Culturas, que se presenta cada año por un pintor habitualmente de la tierra cuyo leitmotiv son estos tres árboles. Han participado artistas como Jorge Fin, Pedro Cano, José Lucas, Alfonso Albacete, Ángel Mateo Charris, Cristóbal Gabarrón, etc., cada uno desde su técnica e identidad particular a lo largo de estos veintidós años. Naturaleza que conecta con la triple simbología religiosa como la media luna roja, la estrella judía y la cruz cristiana, sello inconfundible del festival. Se puede entender como una apuesta por la democracia cultural, a la vez que una perspectiva educadora para reducir la discriminación y prejuicios desde la equidad y el pluralismo (Ver webgrafía).
Con lo visto hasta ahora en pintura, podemos decir que el árbol ofrece un discurso como medio de expresión desde hace siglos que puede ser categorizado en su representación desde estas tipologías:
a) El árbol religioso y místico: Son numerosas los ejemplos con Adán y Eva unidos al árbol del manzano (véase Fig.1) como las numerosas obras repartidas por el mundo de Lucas Cranach, el Viejo, así como todas aquellas asociadas al servicio de las religiones que lo veneran.
b) El árbol simbólico y tótem de vida: El transcurrir del tiempo se coteja en las raíces, tronco y ramas como recorrido de vida (véase Fig.2), también trasladado al árbol genealógico e intergeneracional. En la mitología existirán ejemplos del simbolismo que profesa. Se pueden ver los casos del roble unido en atributo al dios Dionisio, la ninfa Nea al castaño y el pastor Atis que amó la diosa Cibeles transformado en pino, etc.
c) Un árbol sanador: Es aquel que muestra una belleza descomunal de la naturaleza desde su grandiosidad y unido al sentimiento positivo de contemplación que trasladaron al plano tantos en el siglo XVII como Claudio Lorena o Ruisdael, y más tarde hasta el propio Van Gogh (Fig.3). Su fuerza natural estará unida a otras artes como la literatura, necesaria en García Lorca, Machado, Cernuda, etc. Por ejemplo, el art brut o los tratamientos y técnicas de la arteterapia acogen al árbol como una fuente curativa útil, hasta derivar al terreno de técnicas psicoterapéuticas con la presencia de los test del árbol como sumativo del diagnóstico.
d) Un árbol integrador y cooperativo: La unión de culturas en un vínculo con otras culturas (Fig.4). En casos por ejemplo exógenos de árboles procedentes del Magreb asentados en España como la palmera datilera, la granada o los cítricos, y aquellos lugares que el árbol es motivo de intercambios comerciales o de otra índole. A su vez, desde el plano educativo, favorece su representación desde edades tempranas (en solidaridad, colaboración, compañerismo y cooperación) a través de los murales artísticos.
2.2. Instalación artística
Sin duda, es la instalación artística la que completa esta clasificación con una quinta visión del árbol con la reivindicación y protesta social. Es el hilo que vertebra el discurso en los ejemplos que se presentan con el trasfondo de protesta, la lucha por derechos y de esperanza, en especial aquellos que velan y protegen algo tan fundamental como un simple árbol a modo de un eco compromiso que se inicia pasada la mitad del siglo XX.
A inicios de la década de 1960, la instalación convierte a un espectador en participativo, con movimientos de arte de acción como el fluxus y el happening que guardan una estrecha relación con la instalación, que amplifican la vida cotidiana, el juego y lo conceptual como ya hiciera Duchamp. Con Joseph Beuys la instalación tuvo un compromiso social y educativo, dirigido a una integración de disciplinas gracias al arte, en una relación más cercana con el alumnado, cuyos precedentes los situamos en la Bauhaus y la Black Mountain College (Díaz-Obregón, 2003, p. 252).
Las instalaciones artísticas tienen conexión con el Land Art (arte de la tierra), cuya incorporación de la naturaleza y su transformación es su principal acción como recuerda El bosque de Oma en el País Vasco que en 1982 comenzó el artista Agustín Ibarrola. Vendrán otros, como el arte ecológico mucho más comprometido. En cuanto a activismo artístico destacamos a Beuys en la Documenta Kassel de 1982, todo un referente cuando a modo de performance arbórea plantó 7000 robles por cada una de las piedras que había frente al museo en esta feria de arte contemporáneo. Estas piedras que amontonó, solo se irían quitando mientras fuera plantando. Aunque Beuys falleció antes de acabar, lo continuaron sus seguidores hasta finalizarla y hoy en día crecen espléndidos (Astigueta, 2021, p. 72).

Figura 5. Ex it de Yoko Ono. Instalación de 2020. Fuente: Filippe Braga (2020).
En este culto al árbol podemos abarcar otras formas de interpretación. El árbol de la vida es uno de los mitos dentro de las religiones que ha transcendido de una religión a otra, como un símbolo sagrado. Sus representaciones son milenarias, y cada religión tiene su forma de manifestarla. Decía Hesse (1978) que los árboles son santuarios donde “nada hay más ejemplar y santo que un árbol hermoso y fuerte” (p. 55). Yoko Ono, gran activista y defensora de los árboles, ofrece con su instalación Wish Tree una adaptación por cada país al que acude con su árbol de la vida queriendo cargarse de deseos. En su intervención en España basada en el poeta del 27 Federico García Lorca pensó que el naranjo sería el más representativo en su exposición del Museo Lázaro Galdiano de Madrid en 2021 (Ugarte, 2021). El público ante esta instalación interactúa colgando sus anotaciones repletas de buenos deseos. Esta misma idea fue trasladada antes por la artista al Guggenheim de Bilbao, en este caso con un olivo. Incluso fue más allá en el museo de la Fundación Serralves en Oporto cuando expuso Ex it, con 297 árboles que crecían en ataúdes para hacernos reflexionar sobre conceptos esenciales como la vida, la muerte o la fuente de oxígeno que son (Moreno, 2020).
Constatamos instalaciones sorprendentes, como El corazón de los árboles (2007) de Jaume Plensa situadas en el parque Sur Fuente Lucha de Alcobendas, en cuyas metafóricas esculturas circula el acero, repleto de nombres de músicos que envuelven grandes cipreses, que podrán crecer y desarrollarse frente a los estáticos cuerpos. En conexión con Yoko Ono, ambos juegan con el árbol natural en una relación de ser humano-naturaleza.
En este sentido, las instalaciones del brasileño Henrique Oliveira le han llevado a calificarlo de escultor de la naturaleza y artista eco puesto que muchos de sus materiales son pobres, aprovechados de distintas maderas, desde un compromiso por el momento que vivimos con la premisa de conservar la naturaleza y no conquistarla como siempre ha sucedido (Graell, 2024). (Ver Webgrafía). Usará ramas secas contrachapadas y tratadas, algo similares en la instalación «Arbre 0», de la serie L’architecture des arbres de la española Paula Anta se abre a una inquietante y reflexiva mirada entre la naturaleza y la artificialidad humana, como la realizada con una rama pintada en acrílico negro de 2013 (Ver Webgrafía). La rama busca su lugar y lucha por salir airosa como las bailarinas del Bionic Festival que veremos más adelante representando la fertilidad de la naturaleza femenina en analogía con la vida que nace y se extiende como así sucedió en las ciudades en la Covid-19.
Una muestra ideada en el NXT Museum de Amsterdam en 2022 por el artista ecológico Thijs Biersteker en colaboración con el botánico y pionero de la neurobiología vegetal Stefano Mancuso llamada Econtinuum, usa luces que activan esa atención de concienciación en el espectador de que a los árboles les perjudica la contaminación, cuya fotosíntesis es imprescindible para la supervivencia humana por el oxígeno que desprenden. Así, este artista holandés se ha convertido en un eco-artista que manifiesta por todo el mundo las emergencias medioambientales más preocupantes (Vera, 2022) (Ver Webgrafía).

Figura 6. Captura del video donde Nataliya Andru y Evelyn Viamonte recrean el Nacimiento de Rea bailando alrededor de una Cydonia Oblonga móvil. Fuente: Web Bionic Festival (2017).
La mítica película española El sol del membrillo (1992) de Víctor Erice, rodada en el otoño madrileño en el estudio del pintor Antonio López (Canteli, 2020), podría calificarse como una especie de videoarte performativo, el cual saborea con lentitud cada plano con una carga filosófica en la que entendemos ver la vida misma reflejada en el propio árbol. Podría confluir con varias categorías dadas desde el árbol místico, el tótem de vida y el sanador, incluso esperanzador como un interrogante sostenible en la gran ciudad.
Desde un mensaje de protesta se filtra la danza desde la puesta en escena, pasando por tramollas y escenografías, como el Bionic Festival de Madrid, un proyecto sostenible y multicultural, que une danza, música y árboles que en 2023 llegó a su séptima edición. Un ejemplo de este festival fue la performance danza biónica en 2017, que implicaba danzar con un árbol (Un Cydonia Oblonga, taxonomía del membrillo) con las bailarinas Nataliya Andru y Evelyn Viamonte (Muñoz, 2018) (Ver Webgrafía).
En el entorno del Art Brut la repetición de un patrón es común, así tenemos a artistas que han escogido la naturaleza como el mejor rincón interior donde expresarse, como pudo hacer Josep Pujiula i Vila con Las Cabañas Efímeras Can Sis Rals de Arguelaguer (Gerona), un paisajista visionario con sus instalaciones de madera (García, 2018, p. 179). En relación con las instalaciones en el arte marginal, indica Pelayo (2012) sobre el artista Máximo Rojo y sus diálogos con la naturaleza que:
En estos reductos de la creación autodidacta, el ser humano se enfrenta solo a la naturaleza y decide volver a levantar con sus propias manos el refugio que él y su familia habitarán, proveyéndose de aquello que el terreno le brinda (…). Se siente libre para modular el mundo con el que siempre fantaseó y crea, apasionadamente y sin descanso, a partir de sus pensamientos más profundos (p. 228).

Figura 7. Josep Pujiula i Vila con Las Cabañas Efímeras Can Sis Rals de Arguelaguer (Gerona), Fuente: Graciela García.
3. Consideraciones finales
Se atestigua en este camino infinito del árbol la atracción de los creadores, ya sea por cuestiones simbólicas o por necesidades psíquicas, cuyo idilio en pintura e instalación persiste, en cuyas décadas recientes ha infundido la instalación un sentido de protesta y grito hacia el cuidado del planeta. Por consiguiente, el universo arbóreo está en crecimiento donde se suceden numerosas exposiciones que giran alrededor de nuestro protagonista.
Por ejemplo, una instalación popular como práctica extendida es el uso que se le da en los últimos años en España al conocido como árbol de los chupetes, aunque la historia inicial procede de Suecia por la que se ruega a los niños que se retiren pronto el chupete para cederlo a los elfos y hadas que existen en los bosques, cuya adaptación española se centra en los duendes (Roorda, 2015).
En la cultura japonesa es habitual los conocidos como baños del bosque, cuyos paseos en silencio aportan beneficios como fortalecer el sistema inmunológico y reducir ciertos males propios de nuestras zonas urbanas (Pastor, 2021). ¿Quién no ha oído hablar del etéreo encanto y plenitud de los sentidos que sucede cada primavera con la nevada de flores de cerezo, conocida como las sakura,? En esta relación con la medicina natural japonesa, citamos la práctica del shinrin-yoku, que significa inundarse de la "atmósfera del bosque", en forma de baños forestales que está cogiendo más adeptos por el resto del mundo a modo de terapia meditativa del sentir (aire, viento, textura, sonidos, etc.) (Baker, 2017). Son muchos los pintores japoneses que desde el siglo XVIII ha estampado estos árboles en sus grabados. En referencia a esta cultura, el jardín japonés está muy unido al Zen, donde el jardinero Zen que lo cuida “lo hace con el espíritu de quien forma parte del jardín más que como un agente director que permanece afuera” (Wats, 2006, p. 219).
Al igual que el médico Hipócrates que instruía bajo un gran árbol, las personas hemos buscado cobijo en la sombra de los árboles como salvaguarda de inclemencias y podemos sentirnos identificados con el relato del pedagogo Freire (2017, p. 17), por la importancia que tuvo el juego de sombras y luces de ciertos árboles en el desarrollo de su infancia. En este sentido, también el árbol ha sido un gran aliado del pintor cuando buscaba a Plein air su visión del paisaje mientras se resguardaba de las adversidades o lo transfería con su pincel.
Una de sus enseñanzas conduce a amar la naturaleza gracias a la representación de los árboles que llevan a esas evocaciones. En esta idea se mueven Botton y Armstrong (2018), donde “el arte tiene esta capacidad de ayudarnos a entendernos a nosotros mismos y, por tanto, de comunicar quiénes somos a los demás” (p. 43). Debemos cuidar qué obras colocamos a nuestro alrededor. El árbol es un gran pretexto puesto que genera numerosas temáticas, desde su fuerza espiritual, como símbolo de la soledad, pasando por la muerte, la representación de grandiosidad de la naturaleza, incluso para saciar al que pinta un universo propio, es decir, una excusa única para un desarrollo libre, donde entra en juego la arteterapia como psicoterapia de la creación artística. El árbol puede personificarse y convertirse en un reflejo de la sociedad, desde su fragilidad, robustez o florecimiento, etc. Es un indicativo del estado del tiempo, de las estaciones o la intensidad del viento. El árbol se puede representar desde nuestro imaginario, la fantasía de nuestro mundo interior, o como ese árbol real que conocemos, que hemos visto y se plasma desde cualquier técnica fotográfica, pictórica, volumétrica, etc.
En una expresión plástica los árboles han sido inspiradores en las artes y han ocupado un lugar preferente en los movimientos artísticos del siglo XX, y continúan como una verdadera inspiración en el siglo XXI, así como fenómeno medio ambiental entre los arquitectos paisajistas, especializados en planificar y diseñar los jardines de nuestras ciudades, cuyos espacios verdes son una prioridad.
La clasificación propuesta como declaración artística de la representación del árbol comprende una base con la que partir, pero existen recovecos y filtros que no pueden ser tratados en profundidad y apuntan a posibles subcategorías de estudio, caso del árbol sanador en la pintura desde la temática pastoril de la Arcadia, ese paraíso terrenal que testimonian Poussin, Guercino, Frans Francken el Joven, Friedrich August von Kaulbach, entre tantos otros. El amor por la naturaleza unido al culto de la belleza o el gusto por la música son parte de este ecologismo adelantado.
Es inevitable desde nuestra necesidad humana acudir a los árboles, puesto que son ellos los que dan vida a este hogar que llamamos Tierra (Beech et. al., 2017). El árbol es símbolo por antonomasia de la naturaleza viva. Expertos en neurobiología vegetal han comprobado las habilidades sensoriales, de memoria y comunicativas de los árboles, unido a la mejora de la salud física y psíquica que produce el contacto con los bosques, como así hace la arboterapia, que alivia y ayuda a alejar lo negativo, cuyo aire de los bosques “contiene grandes cantidades de iones negativos de oxígeno, que ayudan a estimular y armonizar los procesos vitales, la esfera psíquica y emocional" (Barbieri, 2016, citado en Marcos, 2021). Su armonía y efectos terapéuticos que ofrece al estar cerca de ellos está demostrado, y el hecho de trabajarlos en cualquier expresión artística lo hace extensible, como sucedió a Van Gogh desde su fuerza expresiva del color despertando lo sensorial y lo psicológico en su capacidad de transmitir.
No hay que olvidar como el arte marginal se ha ayudado de la naturaleza como canalización de bienestar, unido al arte naïf y primitivo como aquellas naturalezas ingenuas de Rousseau o aquella artista Séraphine de Senlis que tuvo una vida triste y desesperada por no lograr una exposición, cuyas pinturas se centran en colores chillones de árboles y plantas, alcanzando la fama al fallecer, teniendo hoy día obra en numerosos museos contemporáneos de Francia.
La necesidad de pintar naturaleza se precipita hacia la conexión con la instalación y el hecho de situar conscientemente los oscuros presagios naturales, debido a los datos ofrecidos por expertos desde hace décadas de la situación cada vez más crítica e irreversible de la calidad humana en la tierra. El potencial de una instalación es innegable ante el espectador en tanto en cuanto la experiencia inmersiva es mayor que la pintura cuya dosis de un discurso performativo y tridimensional ofrece un calado y absorción debido a su aspecto multisensorial.
En este sentido, la instalación tiene la capacidad de provocar, generar toma de conciencia ecológica y compromiso, como hacen Yoko Ono y Henrique Oliveira, en un valor de reflexión ambiental, artístico y social, caso también del activismo medioambiental del argentino Nicolás García Uriburu, que comenzó pintando arbóreos óleos hasta llegar a teñir de verde las aguas de medio mundo. Una iniciativa ecológica de denuncia al mal uso que el ser humano genera en la naturaleza (Ver Webgrafía).
La temática artística del árbol es inmensa y continua latente. Mientras se escriben estas líneas se están creando obras con el pretexto del árbol como tema, con la consiguiente vibración positiva generada gracias a su aproximación. El árbol siempre existirá en el arte como modelo de representación, incluso también gracias al juego interdisciplinar que ofrece. La natural estética del árbol no deja indiferente ante la sensibilidad del espectador y el creador, de ahí su interés continuo por ser siempre un lazo constante entre el ser y la naturaleza, un ser creador como le sucede a la naturaleza, que crea su fisionomía desde su ciclo vital. Todos somos parte del binomio hombre-árbol, ya sea en su desarrollo cultural, religioso o artístico, por el que no dejamos de conectar con este icono natural como signo de fortuna, vida, etc. Por consiguiente, nunca cesará el ser humano de perseguir e inmortalizar su perfección, y las artes poseen el arma para hacer entender la necesidad de su respeto, su protección y ayuda.
¿Quién no ha representado en algún momento de su vida un árbol? Está demostrado que la salud se ve recompensada ya sea en niveles físicos y/o psíquicos cuando existe mayor conexión con la naturaleza. La espiral oscura y nociva que resulta de la civilización contaminadora con la naturaleza se puede mitigar con la educación desde primeras edades, pasando por otras vías como la conciencia artística. El hecho de representarlos, incluso de acudir a ellos para conocerlos mejor es totalmente recomendable. No es la primera vez que los alumnos de cualquier centro escolar estudian la hoja caduca y perenne desde el manual sin salir del aula y sin ser conscientes que desde su ventana divisan árboles. Se necesita de la labor del maestro-guía que demande la experiencia. Hay que tener en cuenta que hasta que no existan sustitutos, los árboles forman parte importante de nuestro sustento en la diversidad. Debemos fomentar no solo su cuidado y puesta en valor, también el uso responsable de la gestión forestal, replantaciones, cumplimiento de certificados o normas para utilizar su materia prima de forma sostenible, y alcanzar un respeto por todo su provechoso potencial.
El pintar un árbol no se queda en un gesto sencillo, transciende a todo un alegato en la actualidad. Nuestro subconsciente viaja por la naturaleza, por nuestros campos o huerta de la infancia, por los árboles que hemos conocido y jugado, por aquellos frutos que tomamos, etc. El árbol es la excusa perfecta para interactuar con otras culturas, a modo de integración cultural en proyectos de colaboración porque cada lugar suele tener sus especies autóctonas y características con las que se pueden estrechar vínculos compartidos como el ejemplo festival de Murcia. El árbol es el vehículo perfecto para conectar con las creencias de cada cultura, ya sean imaginarios, reales o abstractos, pintados al natural o en estudio. Somos seres creativos y la fortaleza neuronal del ser humano pasa por seguir vibrando con la vida y la naturaleza, ambas en continua creación. Por consiguiente, el árbol en el arte está muy vivo donde la abundante literatura y las exposiciones que giran a su alrededor hacen de él un icono representativo y actual.
Referencias
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